L. García Aretio, M. Ruiz Corbella y M. García Blanco citan en su monográfico Claves para la educación: actores, agentes y escenarios en la sociedad actual (Madrid: Narcea, 2009) que la Unión Europea, en su empeño por convertirse en una economía competitiva, con crecimiento económico sostenido, empleos de calidad y cohesión social, debe comprometerse con la formación de los ciudadanos y con su participación en la construcción del proyecto europeo, a través del desarrollo profesional, la integración social, la transmisión de los valores europeos y del patrimonio cultural propio de cada país, y el aprendizaje de la autonomía.
La Unión Europea, que se originó como una forma de colaboración económica entre los estados miembros, sigue avanzando hacia un acercamiento entre sus pueblos, adaptándose a las nuevas condiciones de un mundo en rápida evolución mediante el respeto de los valores que constituyen nuestro patrimonio común: la construcción europea no debe dejar de lado los espacios comunes en lo social, lo cultural y lo educativo. Es preciso que, desde presupuestos educativos y culturales, se favorezca la inclusión y participación de la ciudadanía en la construcción de una Europa donde las fronteras nacionales estén cada vez más difuminadas.
Los acuerdos educativos se han consolidado de una manera lenta, en parte por los principios políticos básicos que sustentan el funcionamiento de la Unión, en especial el principio de subsidiariedad. El Tratado de la Unión Europea establece, así, que "en los ámbitos que no sean de su competencia exclusiva, la Comunidad intervendrá conforme al principio de subsidiariedad, sólo en la medida en que los objetivos de la acción pretendida no puedan ser alcanzados, de manera suficiente, por los estados miembros y, por consiguiente, puedan lograrse mejor debido a la dimensión o a los efectos de la acción contemplada a nivel comunitario". Este principio garantiza la autonomía de los Estados en sectores que, como la educación, tienen especial sensibilidad para la ciudadanía y las naciones.
Sin embargo, la educación de los ciudadanos se ha convertido en uno de los objetivos prioritarios de la Unión desde la década de los 90, orientada a conseguir, según un informe publicado por la Comisión en 2001, los siguientes objetivos:
Los acuerdos que se están alcanzando nos acercan cada vez más a la creación de una política educativa común, entre los que destaca el denominado Proceso de Bolonia, consistente en la creación de un Espacio Europeo de Educación Superior que pretende armonizar los distintos sistemas educativos de la Unión y proporcionar una forma eficaz de intercambio entre todos los estudiantes, y en el que está inmerso de lleno la Universidad española. Sin embargo, creemos que las tensiones que está provocando el proceso de adaptación evidencian que la política educativa común ha de ser mucho más que una cuestión formal para que los estados y los ciudadanos no la sientan como una amenaza a su autonomía: desde nuestro punto de vista, Europa ha de comprometerse
con el impulso de la ciudadanía europea, lo que implica comprometerse con la
educación, pero para ello es necesario que la educación se comprometa con
Europa.
Los europeos poseemos una cultura y unas raíces comunes, y el aspecto europeo de nuestra ciudadanía debe basarse en aquellos valores que nos unen como ciudadanos de Europa: los principios de justicia, respeto, igualdad y solidaridad. Sin embargo, lo problemático es que, como bien demuestra la historia de nuestro continente y los continuos conflictos que se han desarrollado en su ámbito geográfico, nuestras identidades nacionales dificultan que los europeos tomemos conciencia de lo que nos une: insistimos en lo poco que nos diferencia para afirmar nuestra propia singularidad, perdiendo de vista aquello que tenemos en común.
La educación ha de desempeñar un papel muy activo para poder contrarrestar este hecho: sólo en la medida en que los jóvenes crean en Europa, nuestra Unión dejará de ser un ente artificial y lejano para los ciudadanos, y se convertirá en una realidad no sólo económica o política, sino también social. Para muchos jóvenes, por ejemplo, la participación en algunas iniciativas del programa Juventud en Acción, el mero hecho de compartir unas semanas con otros jóvenes europeos, revoluciona sus concepciones sobre su propia ciudadanía, haciéndoles sentir más intensamente su propia nacionalidad pero, sobre todo, su macronacionalidad europea. Este tipo de programas ha tenido probablemente un gran impacto, pero desgraciadamente la actual crisis económica y la lucha de poderes nacionales en el seno de la Unión (lejos de la idea de participación democrática que tanto se defiende de cara a la galería) están echando la casa abajo.
Consideramos que, mientras que la educación (siendo esencial la contribución no sólo de escenarios formales y no formales, sino sobre todo de escenarios informales) no se comprometa a fondo con la idea de Europa, promoviendo la creación de una verdadera conciencia europea, los europeos no estaremos dispuestos a renunciar a una parte de nuestras respectivas soberanías nacionales aceptando las decisiones en política educativa común sin considerarlas injerencias. A nuestro juicio, sólo en ese momento Europa podrá comprometerse verdaderamente con la educación, haciendo pasar a primera línea el principio de cooperación (otro de los principios políticos básicos que sustentan la UE, que pretende garantizar la colaboración de todos los estados miembros en el logro de los objetivos aprobados por los órganos europeos competentes) sin dejar de respetar el principio de subsidiariedad que mencionábamos anteriormente. De este modo, grandes proyectos como la creación del Espacio Europeo de Educación Superior dejarán de ser fuente de conflictos, para convertirse en grandes éxitos de la Unión.
La Unión Europea, que se originó como una forma de colaboración económica entre los estados miembros, sigue avanzando hacia un acercamiento entre sus pueblos, adaptándose a las nuevas condiciones de un mundo en rápida evolución mediante el respeto de los valores que constituyen nuestro patrimonio común: la construcción europea no debe dejar de lado los espacios comunes en lo social, lo cultural y lo educativo. Es preciso que, desde presupuestos educativos y culturales, se favorezca la inclusión y participación de la ciudadanía en la construcción de una Europa donde las fronteras nacionales estén cada vez más difuminadas.
Los acuerdos educativos se han consolidado de una manera lenta, en parte por los principios políticos básicos que sustentan el funcionamiento de la Unión, en especial el principio de subsidiariedad. El Tratado de la Unión Europea establece, así, que "en los ámbitos que no sean de su competencia exclusiva, la Comunidad intervendrá conforme al principio de subsidiariedad, sólo en la medida en que los objetivos de la acción pretendida no puedan ser alcanzados, de manera suficiente, por los estados miembros y, por consiguiente, puedan lograrse mejor debido a la dimensión o a los efectos de la acción contemplada a nivel comunitario". Este principio garantiza la autonomía de los Estados en sectores que, como la educación, tienen especial sensibilidad para la ciudadanía y las naciones.
Sin embargo, la educación de los ciudadanos se ha convertido en uno de los objetivos prioritarios de la Unión desde la década de los 90, orientada a conseguir, según un informe publicado por la Comisión en 2001, los siguientes objetivos:
- Mejorar la calidad y la eficacia de los sistemas de educación y de formación
- Facilitar el acceso de todos a la educación y la formación
- Abrir la educación y la formación a un mundo más amplio
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Los europeos poseemos una cultura y unas raíces comunes, y el aspecto europeo de nuestra ciudadanía debe basarse en aquellos valores que nos unen como ciudadanos de Europa: los principios de justicia, respeto, igualdad y solidaridad. Sin embargo, lo problemático es que, como bien demuestra la historia de nuestro continente y los continuos conflictos que se han desarrollado en su ámbito geográfico, nuestras identidades nacionales dificultan que los europeos tomemos conciencia de lo que nos une: insistimos en lo poco que nos diferencia para afirmar nuestra propia singularidad, perdiendo de vista aquello que tenemos en común.
La educación ha de desempeñar un papel muy activo para poder contrarrestar este hecho: sólo en la medida en que los jóvenes crean en Europa, nuestra Unión dejará de ser un ente artificial y lejano para los ciudadanos, y se convertirá en una realidad no sólo económica o política, sino también social. Para muchos jóvenes, por ejemplo, la participación en algunas iniciativas del programa Juventud en Acción, el mero hecho de compartir unas semanas con otros jóvenes europeos, revoluciona sus concepciones sobre su propia ciudadanía, haciéndoles sentir más intensamente su propia nacionalidad pero, sobre todo, su macronacionalidad europea. Este tipo de programas ha tenido probablemente un gran impacto, pero desgraciadamente la actual crisis económica y la lucha de poderes nacionales en el seno de la Unión (lejos de la idea de participación democrática que tanto se defiende de cara a la galería) están echando la casa abajo.
Consideramos que, mientras que la educación (siendo esencial la contribución no sólo de escenarios formales y no formales, sino sobre todo de escenarios informales) no se comprometa a fondo con la idea de Europa, promoviendo la creación de una verdadera conciencia europea, los europeos no estaremos dispuestos a renunciar a una parte de nuestras respectivas soberanías nacionales aceptando las decisiones en política educativa común sin considerarlas injerencias. A nuestro juicio, sólo en ese momento Europa podrá comprometerse verdaderamente con la educación, haciendo pasar a primera línea el principio de cooperación (otro de los principios políticos básicos que sustentan la UE, que pretende garantizar la colaboración de todos los estados miembros en el logro de los objetivos aprobados por los órganos europeos competentes) sin dejar de respetar el principio de subsidiariedad que mencionábamos anteriormente. De este modo, grandes proyectos como la creación del Espacio Europeo de Educación Superior dejarán de ser fuente de conflictos, para convertirse en grandes éxitos de la Unión.