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[Fuente de la imagen insertada: CEAPA] |
En el pasado mes de marzo, la
Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA) emitió un comunicado (cuyo texto original pueden leerse
aquí) aclarando su posición al respecto de las tareas que los escolares deben realizar en casa tras finalizar la jornada lectiva. Lo hacía siguiendo el movimiento de la Federación de Consejos de Padres de Alumnos de Francia (CFPE), que había convocado una "huelga de deberes escolares" de una duración de quince días. Creemos interesante examinar sus razones y sus propuestas para poder realizar un análisis crítico de las mismas.
CEAPA, al respecto de las tareas para casa, afirmaba lo siguiente:
- Representan en gran medida un fracaso del sistema educativo, que tiene que sobrecargar a niños y niñas de tareas que deberían haber trabajado en la escuela. Los niños ya deberían cumplir el proceso de enseñanza y aprendizaje en la escuela y en el horario escolar. El alumnado encuentra en las aulas una enseñanza poco motivadora, poco práctica y alejada de la cultura audiovisual en la que ha crecido, que sigue fundamentándose en el libro de texto y en el aprendizaje memorístico. Ante esto, el sistema educativo echa “balones fuera”, encargando más deberes para casa.
- Provocan desigualdades sociales. Que un niño los ejecute mejor o peor depende del nivel socioeconómico y cultural de su familia y de su entorno. Mientras unos padres intentan ayudar a sus hijos, otros recurren a clases particulares o academias, [y] otros muchos no tienen ni el nivel educativo ni el dinero para poder pagar esos apoyos. Además, los deberes en muchos casos cuentan en las calificaciones. Cuantas más familias sientan la necesidad de recurrir a las clases y profesores particulares para completar la educación de sus hijos, más estará fracasando el sistema educativo reglado en el objetivo de educar a toda la población escolar y de garantizar la igualdad de oportunidades.
- Crean tensiones entre padres e hijos. Muchas veces, para poder hacer los deberes se quedan sin jugar, por lo que generan rechazo. Es cierto que los niños y niñas tienen que saber cuáles son sus obligaciones, pero también deberían tener tiempo para jugar.
- Constituyen un problema para muchos progenitores que salen tarde de trabajar y no disponen de tiempo.
- Los menores necesitan tiempo para realizar actividades deportivas, culturales o de esparcimiento, que también contribuyen a su desarrollo personal.
Como alternativa a esta problemática, la Confederación proponía tres lineas de acción principales:
- Reformar el currículum educativo, para establecer una enseñanza más motivadora, práctica y centrada en la adquisición de competencias básicas, adaptada a la sociedad del siglo XXI en la que han crecido nuestros hijos. CEAPA pide al Gobierno que adecúe los decretos de enseñanzas mínimas de Primaria y ESO a la LOE, de manera que contemplen la adquisición de competencias básicas, y que forme al profesorado para ello para que las incorpore a la práctica docente.
- Que los deberes sólo estén constituidos por una formación complementaria, con el apoyo de las bibliotecas, museos, asociaciones y recursos del entorno escolar, con actividades relacionadas con la lectura, la investigación y la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación. Además, deberían poder hacerse sin la ayuda de un adulto.
- Que todos los centros educativos oferten programas de refuerzo educativo (los llamados “planes de acompañamiento educativo” en Primaria, y los PROA en secundaria), de manera que al término de la jornada escolar los alumnos con más dificultades se queden un tiempo limitado en la escuela y reciban alguna clase de apoyo en las materias que lleven más atrasadas. Desgraciadamente, los recortes educativos están pasando factura a estos programas que tanto bien podrían hacer a los escolares y que constituyen una herramienta para compensar desigualdades.
Aunque en cierta medida compartimos las preocupaciones de CEAPA, no podemos estar más en desacuerdo con algunas de sus afirmaciones. Creemos que es importante que como educadores nos interroguemos sobre
las diversas prácticas educativas, sobre su conveniencia y las posibilidades de
mejora. Sin embargo, el cuestionamiento nos lleva en ocasiones a querer rizar
demasiado el rizo, a poner en duda lo que es, en gran medida, incuestionable.
Queremos entender la buena intención de aquéllos que afirman
que hacer deberes en casa puede generar desigualdades. Está claro que,
dependiendo del contexto familiar, los niños podrán ser ayudados en mayor o
menor grado. Pero el hecho de que determinados niños no puedan tener el apoyo
de sus padres no es razón para privar al resto (a los que sí pueden ser
ayudados, o a los que se ayudan solos) de los beneficios de realizar tareas
escolares en casa: consolidar conocimientos o destrezas, crear hábitos que
facilitan el estudio en niveles posteriores, ampliar conocimientos, reconocer
dificultades que luego pueden aclararse con el profesor… Por ello, nos oponemos frontalmente a la supresión de las tareas escolares para casa: afirmar que los niños deben completar el proceso de aprendizaje en la escuela es poco menos que un despropósito, sobre todo en un contexto en el que los aprendizajes que se producen en los ámbitos formales, no formales e informales tienden a mezclarse y confundirse, bajo el ideal de la educación a lo largo de la vida. Pretender que los aprendizajes de la escuela se produzcan sólo en la escuela sería terminar de aislar a la institución del contexto en el que está inmersa, sería convertirla en un compartimento completamente estanco o, dicho de otra forma, condenarla a una muerte segura.
A nuestro juicio, la realización de los deberes es una de las maneras de integrar la actividad de la escuela en el contexto social que la rodea , pues permiten a la familia y a la comunidad tomar una parte muy activa en la educación de los más jóvenes. En un momento en el que los padres delegan tantas responsabilidades
en la escuela (entre ellas la formación moral de los hijos), es necesario que
también se hagan cargo de otras. Desde una perspectiva vygotskiana, los niños
precisan del apoyo de los adultos en la construcción de sus aprendizajes. Estos
apoyos se irán adaptando (es decir, irán disminuyendo) de acuerdo con el
desarrollo creciente de habilidades en el niño, hasta que éste alcance la
independencia. Es lo que los discípulos de
Vygotski han llamado andamiaje. Una implicación de los padres en la realización de tareas
escolares tiene innumerables beneficios. Ello no quiere decir, sin embargo, que
los profesores deban asignar deberes sin mesura, ni que éstos deban ser tan
complejos que precisen de la intervención de un adulto.
La escuela, por su
parte, debería asegurarse de que aquellos niños que tienen dificultades en el
aprendizaje tengan los apoyos necesarios, cuando por la razón que sea su
contexto familiar no pueda facilitárselos: ahí estamos
plenamente de acuerdo con el posicionamiento de CEAPA, así como con la necesidad de reformar el currículo educativo y de mejorar la formación del profesorado para combatir el alto nivel de fracaso de nuestro sistema de enseñanza. La introducción de nuevas tecnologías educativas podría en efecto aumentar la motivación de los alumnos al eliminar la dualidad entre la realidad del aula y la realidad fuera de las aulas, aunque siempre sin olvidar que dichas tecnologías deben estar al servicio de unos contenidos o del desarrollo de unas ciertas competencias: llenar un aula de portátiles no va a resolver ninguno de nuestros problemas si no hay una intervención educativa cuidadosamente planificada detrás de esta medida. Pero aunque sea cierto que el fracaso educativo es preocupante, no creemos que las tareas para casa sean una expresión de dicho fracaso, ni mucho menos que deban tener un papel exclusivamente complementario.
No dudamos, por último, que los deberes puedan ser una fuente de conflicto en el seno familiar, pero precisamente el conflicto es la base de los aprendizajes, de lo que nos hace crecer como padres y como hijos: la educación a lo largo del ciclo vital requiere siempre una fuerte implicación de todas las partes participantes, un alto grado de compromiso. Difícilmente se puede pedir al profesorado que se entregue al máximo en la educación de los niños si las familias no están dispuestas a responsabilizarse activamente de la educación de sus propios hijos.